viernes, 15 de julio de 2011

Podría decir tantas cosas, todas juntas y atropelladas, como queriendo resaltar resumidas todas esas que te han acompañado siempre, que han formado parte de ti y que me han demostrado tantas veces, la suerte que tuve de haberte conocido... de haber podido compartir contigo tantas cosas.

Podría estar horas ensalzando tus virtudes, cada uno de tus valores… quizás también tus manías, tus defectos… pero ninguno de ellos podría hacer sombra a todo lo que has sabido aportarme… regalarme, con todo tu saber, con todo tu cariño y con toda tu humildad.

Estas siempre tan cerca, que me resulta imposible hacerme a la idea de que ya no estás aquí, que nos has dejado… para siempre, sin apenas haberte despedido. Quisiera poder escucharte, sí, oírte decir alguna de tus frases, cualquiera de tus sabios consejos, seguir tu ejemplo, tu saber estar, propagar tu doctrina y tu energía por todas partes, compartir tus sueños, respetar tus ideas. Quisiera haberte dicho cualquier cosa, antes de que te fueras, algo que me permitiera poder expresar mi gratitud, mi admiración y mi cariño.

Compañero, profesor, amigo… en estos momentos en los que alguien como tú se merece todas y cada una de esas palabras, todos los elogios del mundo, todos los recuerdos y aplausos, se me ocurre resumirlo en una sola frase: “nunca podré olvidarte”
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